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Memorias de la Hermana Lúcia

"Queridos Hermanas y Hermanos, a continuación se relatan fragmentos textuales de las Memorias de la Hermana Lúcia Volumen I".

 

 

PRIMERA MEMORIA


PRÓLOGO


1.    Oración y obediencia


J.M.J.
Excmo. Y Rvmo. Señor Obispo (1):


Después de haber implorado la protección de los Santísimos corazones de Jesús y de María, tierna Madre nuestra; de haber perdido luz y gracia a los pies del Sagrario, para no escribir nada que no fuera, única y exclusivamente, para gloria de Jesús y de la Santísima Virgen; y, a pesar de mi repugnancia por no poder decir casi nada de Jacinta, sin que directa o indirectamente hable de mi ser miserable, aquí estoy cumpliendo la orden dada.


Obedezco, sin embargo, a la voluntad de vuestra de V. Excia. Rvma., que es, para mí, la expresión de la voluntad de nuestro buen Dios.


Comienzo, pues, ese trabajo, pidiendo a los Santísimos Corazones de Jesús y María que se dignen bendecirlo; y que acepten este acto de obediencia en favor de la conversión de los pobres pecadores, por los cuales esta alma tanto se sacrificó.
Bien sé que V. Excia. Rvma. no espera de mí un escrito acabado, ya que conoce mi incapacidad e insuficiencia. Iré, pues, contando a vuestra Excia. Rvma. lo que recuerdo sobre esta alma, de la que nuestro buen Dios me hizo la gracia de ser la más íntima confidente; y de la que conservo la mejor añoranza, estima y respeto, a causa de la alta idea que tengo de su santidad.


 


 

2.    Silencio sobre algunos asuntos


Excmo. y Rvmo. Señor: a pesar de mi  buena voluntad en obedecer, pido que me concedáis reservar algunas cosas que – porque también dicen respecto a mí, desearía que solo fuesen leídas en los umbrales de la eternidad.


V.Excia. Rvma. no extrañará que pretenda guardar secretos y lecturas para la vida eterna. ¿No es verdad que. En ello, tengo a la Sanísima Virgen como ejemplo? ¿No nos dice el sagrado evangelio que María guardaba todas las cosas en su corazón? (Lc. 2,19 y 51.) Y ¿Quién mejor que este Inmaculado Corazón nos podría descubrir los secretos de la divina misericordia? Y, sin embargo se los llevo guardados, como en un jardín cerrado (Cant 4,12), para el palacio del Divino Rey.


Todavía me acuerdo de una máxima que me dio un venerable sacerdote, cuando yo tenía solo once años. Fue, como tantos otros, a hacerme algunas preguntas. Entre otras, me interrogo acerca de un asunto del que yo no quería hablar. Y después de haber deshojado todo su repertorio de interrogantes, sin conseguir obtener, sobre tal asunto, una respuesta satisfactoria; y comprendiendo tal vez, que tocaba un asunto demasiado delicado, el venerable sacerdote bendiciéndome dijo:

 

Imagen de la portada del libro: "Memorias de la Hermana Lucía".

-    Hace bien, hija mía, porque el secreto de la Hija del Rey (Cant 4,1-3), debe permanecer oculto en el fondo de su corazón.
No entendí por entonces el significado de estas palabras, pero entendí que aprobaba mi comportamiento, y como no las olvide, las comprendo ahora. Este venerable sacerdote era entonces Vicario de Torres Nova. Su Excia. no sabe bien cuanto le agradezco estas palabras, pues hicieron mucho bien a mi alma (P. Antonio de Oliveira Reis, entonces Vicario de Torres Nova (+1962).


Entretanto consulte un día a un santo sacerdote sobre esta reserva, porque no sabía que responder cuando me preguntaban si la Santísima Virgen me había dicho algo más. Este señor que era entonces Vicario de Olival, nos dijo: “Hacéis bien, hijos mío, en guardar el secreto de vuestras almas para Dios y para vosotros; cuando os hagan esa pregunta, responded: Sí, lo dijo; pero es secreto. Si os insistieran sobre ello, pensad en el secreto que os comunicó la señora y decid: nuestra señora nos dijo que no se lo comunicásemos a nadie, por eso no lo decimos; así, guardareis vuestro secreto al amparo de la Santísima Virgen.


¡Qué bien comprendí la explicación y los consejos de este venerable anciano! (P. Faustino José Jacinto Ferreira (+1924)).

3. Retrato de Jacinta

I.    Temperamento


Excmo. Rvmo. Señor Obispo

 

Antes de los hechos de 1917, exceptuando los lazos de la familia que nos unían, ningún otro afecto particular  me hacía preferir la compañía de Jacinta y Francisco, a la de cualquier otra; por el contrario, su compañía se me hacía a veces, bastante antipática, por su carácter demasiado susceptible. La menor contrariedad, que siempre hay entre niños cuando juegan, era suficiente para que enmudeciese y se amohinara, como nosotros decíamos. Para hacerla  volver a ocupar su puesto en el juego, no bastaban las más dulces caricias que en tales ocasiones los niños saben hacer. Era preciso dejarle escoger el juego y la pareja con la que quería jugar. Sin embargo, ya tenía, muy buen corazón y el buen Dios le había dotado de un carácter dulce y tierno, que la hacía, al mismo tiempo, amable y atractiva. No sé por qué, tanto Jacinta como su hermano Francisco, sentían por mí una predilección especial y me buscaban casi siempre para jugar. No les gustaba la compañía de otros niños, y me pedían que fuese con ellos junto a un pozo que tenían mis padres en el huerto. Una vez allí Jacinta escogía los juegos con los que íbamos a entretenernos. Los juegos preferidos eran casi siempre, jugar a las chinas y a los botones, sentados a la sombra de un olivo y de dos ciruelos, sobre las losas. Debido a este juego, me vi muchas veces en grandes apuros, porque, cuando nos llamaban para comer, me encontraba sin botones en el vestido; pues casi siempre ella me los había ganado y esto era suficiente para que mi madre me regañase. Era preciso coserlos de prisa; pero ¿cómo conseguir que ella me los devolviera, si además de enfadarse, tenía también el defecto de ser agarrada? 
Quería guardarlos para para el juego siguiente y así no tener que arrancar los suyos. Sólo amenazándola de que no volvería a jugar más, era como los conseguía. Algunas veces no podía atender los deseos de mi amiguita.
Mis hermanas mayores eran, una tejedora y la otra costurera; pasaban los días en casa, y las vecinas pedían a mi madre poder dejar a sus hijos jugando conmigo en el patio de mis padres, bajo la vigilancia de mis hermanas, mientras ellas marchaban a trabajar al campo. Mi madre decía siempre que sí, aunque costase a mis hermanas una buena parte del tiempo. Yo era entonces la encargada de entretener  a los niños y de tener cuidado para que no se cayesen en un pozo que había en el patio.
Tres grandes higueras resguardaban a los niños de los ardores del sol; sus ramas servían de columpio, y una vieja era hacía de comedor. Cuando en estos días venía Jacinta, con su hermano, a llamarme para ir a su retiro, les decía que no podía ir, pues mi madre me había mandado quedarme allí. Entonces los pequeños se resignaban con desagrado, y tomaban parte en los juegos. En las horas de la siesta, mi madre daba a sus hijos el catecismo, sobre todo cuando se aproximaba la cuaresma, porque, decía, no quiero quedar avergonzada cuando el Prior os pregunte la doctrina. Entonces todos aquellos niños asistían a nuestra lección de catecismo; Jacinta también estaba allí.

 

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